Cuando el alma habla: reflexión

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Cuando un pensamiento me provoca una sonrisa, me hace vibrar emocionalmente y no puedo dejar de pensarlo, lo tomo como un mensaje del alma. Lo que hoy vivo y me hace feliz, en algún momento fue solo un pensamiento. Pero no un pensamiento más, sino uno de esos que no te sueltan hasta que te pones en marcha para traerlos de ese mundo invisible al mundo de los sentidos físicos.

Una vez en un Spiritual Boot Camp me hicieron una de esas pequeñas preguntas que no nos permiten pequeñas respuestas:

¿Cuál es la diferencia entre un sueño y un deseo?

El sueño es ese que te hace vibrar alto, es armonioso y se puede disfrutar de solo pensarlo. El deseo suele generar ansiedad y hasta preocupación, y la condición para disfrutarlo es verlo realizado. El deseo suele ser una estrategia del ego para cubrir algún miedo. Con ese deseo, tratamos de calmar otro pensamiento que dice que algo no tan bueno podría suceder, pero que ese deseo nos tranquilizará.

El deseo de ser exitosos para calmar el deseo de fracasar, de tener dinero para evitar la pobreza, el de estar con alguien para no quedarnos solos. Deseos que vienen arrastrando el miedo que tratan de cubrir. Los sueños, por su lado, llegan como un suspiro del futuro, poniendo en nuestra mente un atisbo de lo que está en nuestro destino.

Esos pensamientos que puedes disfrutar cuando lo que nos muestra aun no ocurrió, esos son los sueños. Es el alma usando nuestra imaginación para mostrarnos por dónde ir. Por otro lado, los pensamientos que se sienten de cualquier manera que no sea en paz, esos, son puros deseos, que con empeño podríamos concretarlos, pero la promesa de satisfacción nunca será correspondida. Lo que los deseos prometen, aun cuando los alcancemos, no serán suficientes.

De niño, fui guardando en mi interior, como un tesoro, aquellos pensamientos que me trasportaban con alegría a un mundo que aún no existía, pero es el que hoy estoy pisando. Por eso, sigo confiando en que cuando el corazón está contento, el alma está hablando. Y la escucho, por eso sigo sus señales.

Fuente Julio Bevione / Facetas

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