Principios de la Wicca, antigua brujería

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La Vieja Religión del noroeste de Europa, la citada Wicca, estaba regida por los tres principios que vamos a examinar a continuación.

PRIMER PRINCIPIO DE LA WICCA

Necesidad de vivir a tono con la Naturaleza, representada por esa diosa madre llamada Diana, y por ese dios de la caza con simbólicos cuernos, situado en segundo lugar. A Diana se le rendía un culto de encantamiento, pero sin ninguna clase de sacrificios, pues la vida era un don precioso y ningún ser podía verse privado de ella. El respeto a la vida era parte integrante de la Vieja Religión.

SEGUNDO PRINCIPIO DE LA WICCA

El uso de la magia, sobre el cual vamos a extendernos bastante y la verdadera magia no tiene nada que ver con esos trucos tan espectaculares, que tanto se prodigan en los escenarios de nuestros días. La magia, en la religión de los Wicca u hombres sabios, quiere decir, sencillamente, un íntimo conocimiento de las leyes naturales, más allá de lo que es familiar en las personas corrientes. No es vulnerar las leyes de la Naturaleza, no es sobreponerse a ellas ni mucho menos alterarlas. Los que practican la magia están convencidos de que el individuo medio sólo posee un conocimiento superficial de la Naturaleza y sus obras, mientras que el «shaman», o sacerdote, posee un conocimiento mayor, pudiendo hacer cosas de aspecto milagroso por sus efectos, pero que son, en realidad, perfectamente naturales.

Principios de la Wicca, antigua brujería

Ese conocimiento abarca las propiedades curativas de algunas hierbas y plantas, así como la relación entre las mareas, el calendario lunar y el funcionamiento del cuerpo humano. Quienes viven en total armonía con este calendario son individuos que gozan de perfecta salud. Un pensador tan destacado como Fred Adams ha dicho que «el calendario es la columna vertebral de la vida». Por calendario se entiende, no el calendario juliano o gregoriano, sino el calendario lunar de veintiocho días. La magia consiste, pues, en descubrir los principios ocultos de la Naturaleza, primero, y sacar provecho de los mismos después. Dentro de la magia están comprendidas la transmisión del pensamiento, la telepatía y la curación a distancia. Incluye también la autocuración, transferencia de poder y cambio de pensamientos o acciones en las personas, sin su conocimiento.

La magia obra por simpatía mediante actos imitativos de aquello que se desea. Por ejemplo, el cazador se vestía con la piel de un venado u otro animal que se proponía capturar, bailando a continuación una danza ritual. Si las cosechas no eran suficientes, se ejecutaba otra danza ritual en la cual las mujeres hacían como que cabalgaban en unas estacas (más tarde en escobas), dando unos saltos tan grandes como la altura a la cual deseaban que crecieran las mieses. De ahí, sin duda, nació la leyenda de que las brujas viajaban por los aires montadas en escobas. Y es que la escoba (o anterior mente la estaca) constituía el símbolo de la vida doméstica. La mujer provista de una escoba representaba la tutela y la guardia del hogar.

La magia por simpatía obra como un estimulante en las fuerzas naturales que nos rodean, obligándolas a portarse «un poco mejor». Actúa a la manera de un pensamiento creador, con la diferencia de que se vale de una acción positiva, con cuya ayuda consigue que las cosas sucedan.

Las fuerzas naturales pueden ser estimuladas. La brujería fue la única religión conocida y practicada durante mucho tiempo. El primer desafío a la posición mantenida por la Vieja Religión proviene del Imperio Romano. Los griegos habían sido más tolerantes. Muchos de ellos adoraban al dios Pan, mientras otros seguían por sendas más convencionales. Pero el Imperio Romano instituyó una religión oficial donde no había lugar reservado a ninguna otra fe, fuera del culto tributado al emperador como persona divina. Ésta postura intransigente enfrentó a la religión oficial romana no sólo con el naciente cristianismo y el judaismo, sino también con la brujería. Así dieron comienzo las persecuciones religiosas y los cultos clandestinos.

Cuando la cristiandad se convirtió en fuerza dominante del Occidente europeo, los paganos estaban excluidos de aquella comunidad. pero los hechiceros no fueron perseguidos como tales.

Por espacio de unos ochocientos años, paralelamente al catolicismo, se siguió celebrando el culto clandestino de la brujería. La gente sencilla, rústica, la más oprimida y esclavizada, era la que mostraba mayor apego a la Vieja Religión. Su mente inculta no asimilaba las verdades de la religión nueva, llena de conceptos dogmáticos para ellos incomprensibles: trinidad, pecado original. etcétera.

En cambio, seguían teniendo a la vista, al alcance de todos sus sentidos, aquellas grandiosas manifestaciones de la Naturaleza, sin más principio ni dogma que el contenido en esta breve fórmula:

«Haz lo que quieras, pero sin causar daño a los demás».

TERCER PRINCIPIO DE LA WICCA

Firme creencia en la reencarnación. La esperanza de renacer en otra vida era la fuerza que guiaba a aquellos hombres. Esta creencia es inadmisible en la religión cristiana, aunque hay pasajes en la Biblia que parecen insinuar lo contrario. Desde luego, no es posible conciliar la idea del karma con la resurrección. Aun suponiendo que la Iglesia estuviese dispuesta a aceptar el principio de la reencarnación, no lo podría hacer sin cometer un suicidio dogmático.

He aquí en qué discrepa fundamentalmente la hechicería del sacerdocio cristiano. La magia era el instrumento que utilizaban los brujos para estudiar y dominar por sí mismos los fenómenos naturales. Se relacionaba directamente con la divinidad.

Era la suya una religión alegre, plena de autoexpresión. Creían en la reencarnación humana. Hacia el año 1100. era tan popular esta fe en toda Europa que el clero empezó a recelar. En el siglo XIII a raíz de aquella guerra desastrosa llamada «de los campesinos», el Papa Inocencio IV declaró prohibida la brujería, considerando a sus practicantes como vulgares infractores de la ley, tanto la eclesiástica como la civil. Así y todo, los recelosos padres de la Iglesia no tenían fundamento para condenar a los brujos como incursos en herejía.

Sus actividades no las podían enfocar desde este punto de vista, y por eso buscaron como pretexto la figura de un anticristo. Descubrieron que los gitanos mencionaban a un sujeto misterioso en sus conjuros y sortilegios. A este sujeto le daban el nombre de Diablo, término equivalente a extranjero o extraño.

Identificado este ser con aquel genio del terror llamado Beelzebub en la antigua Fenicia, y éste, a la vez, con el citado dios Pan, se le representaba como una criatura monstruosa, con cuernos y patas de cabra. Creada esta imagen por su fantasía, acusaron después a los brujos de comunicarse y hacer pacto con el Diablo. Los brujos no pudieron menos de sorprenderse, pues ellos jamás habían oído mentar este nombre. Lanzada esta acusación general, los brujos fueron después denunciados particularmente. Acusación equivalía a convicción. El acusador recibía una generosa porción de los bienes del acusado. Fue así como, en el transcurso de varios siglos, cientos de miles de personas fueron torturadas, asesinadas, exterminadas.

En lo que iba a ser Estados Unidos de América del Norte, en el año 1698 tuvieron lugar los famosos procesos de Salem. Todo empezó porque una joven sirvienta tenía percepción extrasensorial. Cuando pasaba por un trance dejaba aterrados a todos los presentes. Fue acusada por los puritanos de «haberse aliado con el Diablo».

Considerándose perdida, la joven quiso arrastrar en su caída a unas cuantas damiselas como cómplices suyas, las cuales no tardaron en ser encarceladas. El resultado fue que 18 personas perdieron la vida colgadas en la horca, porque en América no se ha quemado nunca a ningún brujo. Esta gente fue luego rehabilitada, cuando ya nada podían hacer ni para bien ni para mal.

Fuente Tarot y brujería

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